Harri García

Cuando llega mayo, disfruto de lo lindo leyendo y juzgando (siempre soy injusto a mi pesar: son muy buenos) los relatos que alumnos de 2º de la ESO presentan a ese concurso en el que todos hemos participado, al certamen que todos menos yo afirman haber ganado, a la competición que organiza una multinacional de bebidas gaseosas. Debido al interés que muchos lectores de esta columna (Dios los bendiga) parecen mostrar ante las involuntarias salidas de pata de banco de los noveles escribientes, ante sus hallazgos expresivos que tanto mueven a sonrisa o a sorpresa, ante sus risueñas equivocaciones, aquí comento unos cuantos para solaz y esparcimiento público. Gloria a estos críos y que ustedes lo pasen bien.
1.- Desde cinco kilómetros a la redonda se debieron de oír mis carcajadas ante la siguiente frase: “Mi madre lloraba a cántaros”.
2.- Sigue la escuela sin gozar de buena fama. Muchos niños la ven así: “Allí estaba yo, en clase, contemplando el vuelo de una mosca, como todos mis compañeros, en clase”. La repetición de “en clase” denota también la pesadez del trance.
3.- Cuando ustedes o yo tenemos “la mente en blanco”, queremos decir que no nos viene a ella pensamiento alguno ni nada del exterior nos moviliza. Pero si ponemos “los ojos en blanco” significa que mostramos gran admiración o asombro ante algo. O sea, que no podemos hacer ambas cosas a la vez… salvo para este chaval narrador que une ambas expresiones y provoca un efecto que sobresalta al lector: “Abandonó la sala sin llorar, con la mente y los ojos en blanco”.
4.- Me quedé estupefacto con este aforismo, con esta metáfora de un guaje filósofo de altura. Agárrense ustedes: “El sino no existe: es un amigo olvidado”. Caray.
5.- Quien escribe lo que voy a citar siente la imperiosa pulsión de aclarar la enunciación inicial; pero fíjense en cómo lo hace: “El trabajo de mi padre era repartidor de sueños. No, no miento ni blasfemo”. Eso, ojo, cuidado, ni injuria a Dios, a la Virgen, a los santos, ni a persona alguna al contarnos la profesión de su papá.
6.- El surrealismo aflora con poco rascar. Una muestra del proyecto vital que una chica se plantea: “Hablaré con los lugareños, pasearé a mi oso, provocaré aludes y quién sabe… quizás me ponga tirantes”.
7.- Al usar el conector “por lo que” un hablante anuncia que va a exponer el motivo o las razones de su decir. Pues bien, he aquí la descripción de una joven y la conclusión que de la misma saca el escritor: “Es una chica alta, pero no demasiado delgada, y es muy guapa, ya que sus ojos verdes y su pelo pelirrojo la hacen ser muy atractiva, por lo que debe ser un poco mayor que yo”. Ahí tienen ustedes los indicios por los que cabe colegir que una persona es mayor que otra: si es alta, no demasiado delgada, muy guapa, ojos verdes, pelirroja y atractiva, sin duda es mayor que uno. Ole.
8.- Sí, ya sé que los topónimos rusos se las traen para quienes hablamos lenguas derivadas del latín. Eso quería, seguramente, expresar el mozo o la moza al relatarnos lo que sigue: “Mi mejor experiencia fue en un pueblo de Siberia cuyo nombre tenía una forma abstracta”. ¿Cómo será un nombre de “forma abstracta”? La noche en blanco (y los ojos y la mente) me pasé dilucidándolo.
9.- Se comenta por sí mismo tanto odio: “Mi sed de venganza está colmada”.
10.- La palma se la lleva este párrafo. No sé qué me admira más, si la profundidad filosófica o el estallido valorativo del final: “En aquel tiempo siempre estaba moviéndome. ¿El motivo? Mi insana obsesión hacia el poder absoluto, el control del todo y el dominio de la nada. Mi nombre, por todos conocido, era Harri, de apellido García, y no me hacía ni pizca de gracia”. Tremendo, Harri García.


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